La voz y acción de la atmósfera de Comala

El aire nos hacía reír; juntaba la mirada de nuestros ojos, mientras el hilo corría entre los dedos detrás del viento, hasta que se rompía con un leve crujido como si hubiera sido trozado por las alas de algún pájaro. Y allá arriba, el pájaro de papel que caía en maromas arrastrando su cola de hilacho, perdiéndose en el verdor de la tierra. (Juan Rulfo, Pedro Páramo, p. 15).

Seguir el viaje de Juan Preciado a Comala en la lectura de Pedro Páramo es aventurarnos en un mundo extraño y ajeno, donde nos topamos con personas que aparecen y desaparecen al instante, y el silencio se invade de murmullos y ecos. Las voces de las ánimas en pena abruman el espacio, sumiendo de miedo y opresión todo el clima del pueblo hasta verse transformado en una zona de muerte. Comala es el personaje principal de esta novela, nos cuenta la historia del pueblo desde su momento de gran esplendor hasta su muerte. Por medio de los recuerdos de Doloritas, la niñez de Pedro Páramo y Susana San Juan vemos que ese tiempo de florescencia que, poco a poco se fue marchitando por el dominio de Pedro Páramo, se convirtió en un lugar desierto y desolado.

Rulfo ubica geográficamente a sus personajes y los pone en ambientes conformados de gran contenido semántico. La presencia de la naturaleza tiene un fuerte peso sobre los personajes, su relación va más allá de una simple ambientación, pues identificamos situaciones en las que interactúan creándose conexiones entre ellos como Susana San Juan y el mar. Yelemy Molina Jiménez en su artículo Mirada ecocrítica a Pedro Páramo de Juan Rulfo comenta que el paisaje es el eje central de la novela y que el marco escénico de la obra no se comprende como un simple encuadre geométrico, su contextura está entramada de existencia humana que se configura en una extensión reflexiva de la soledad, el sufrimiento y desamparo del individuo.1 A este respecto, el entorno siempre se verá afectado por ser susceptible a todo acaecer del hombre.

La lectura que hace Yvette Jiménez de Báez de Pedro Páramo sugiere que la historia se inclina hacia la vida o hacia la muerte según sea la narración y los elementos primordiales se van transformando de acuerdo con las situaciones. Por ejemplo: en la Comala muerta e infernal el aire se vuelve pesado, los muertos propician la caída y la tierra aparece calcinada y destruida. Pero en la Comala paradisiaca de los recuerdos de Doloritas, el aire sopla suavemente y las nubes se desmenuzan, en sí la naturaleza es pródiga en frutos.2 Parecen fungir como símbolos de la desgracia o la desventura, sin embargo, los elementos de la naturaleza como el aire, el agua y la tierra, además de ser parte de la atmosfera desolada y sombría de Comala, son personajes, figuras vitales que responden activamente a la situación en la que está inmerso todo el pueblo. A diferencia de los personajes-habitantes estos elementos sí logran revelarse constantemente al dominio de Pedro Páramo, su movimiento es algo que ni siquiera el cacique puede controlar, pero se van envolviendo con el crimen colectivo del pueblo hasta que su voz queda solamente en puros ecos y murmullos.

Sí – volvió a decir Damiana Cisneros–. Este pueblo está lleno de ecos. Yo ya no me espanto. Oigo el aullido de los perros y dejo que aúllen. Y en días de aire se ve al viento arrastrando hojas de árboles, cuando aquí, como tú ves, no hay árboles. Los hubo en algún tiempo, porque si no ¿de dónde saldrían esas hojas?3

La voz del aire sigue musitando el pasado, su voz al igual que la de los muertos no calla, es una tortura porque trae cargando el recuerdo de la culpa y el remordimiento y quien la siente termina asesinado. Según afirma Fabienne Bradu en Ecos de Páramo, la voz es lo último que muere o lo que tarda en morir, para Damiana los ecos que se escuchan y salen hasta por las hendiduras de las paredes son la misma presencia y voz de los muertos expresándose al unísono los cadáveres y ánimas en pena que habitan Comala. Su existencia se revela únicamente como realidad sonora, aunque las palabras no suenen, sino que se sienten por dentro de uno.

1 Molina Jiménez, Yelemy. Mirada ecocrítica a Pedro Páramo de Juan Rulfo, Revista electrónica OIDLES, vol. 5, N° 11, diciembre 2011.

2 Jiménez de Báez, Yvette. Juan Rulfo, del páramo a la esperanza. Una lectura crítica de su obra, Fondo de Cultura Económica, México, D.F., 1990, p. 121.

3 Rulfo, Juan. Pedro Páramo, Editorial RM/ Fundación Juan Rulfo, México, D.F., 2005; p. 44.

Oía de vez en cuando el sonido de las palabras, y notaba la diferencia. Porque las palabras que había oído hasta entonces, hasta entonces lo supe, no tenían ningún sonido, no sonaban; se sentían; pero sin sonido, como las que se oyen durante los sueños.4

En el cuento de Luvina escuchamos al narrador diciéndole a su interlocutor decir lo siguiente del viento: <<Lo estuvimos oyendo pasar por encima de nosotros, con sus largos aullidos; lo estuvimos oyendo entrar y salir por los huecos socavones de las puertas…>>5. Considerando que la elaboración de este relato le dio la clave a Rulfo para crear la atmósfera de Comala, vemos que en Pedro Páramo el aire, el agua, el sol, las nubes, la tierra son descritas como figuras antropomórficas que extienden sus brazos para apretar, abrazar, arrastrar y jugar con los personajes.

Al recorrerse las nubes, el sol sacaba luz a las piedras, irisaba todo de colores, se bebía el agua de la tierra, jugaba con el aire dándole brillo a las hojas con que jugaba el aire.6

Otro ejemplo lo identificamos claramente en la relación erótica que tiene Susana San Juan con el mar.

> Volví yo. Volvería siempre. El mar moja mis tobillos y se va; moja mis rodillas, mis muslos; rodea mi cintura con su brazo suave, da vuelta sobre mis senos; se abraza de mi cuello; aprieta mis hombros. Entonces me hundo en él en su fuerte batir, en su suave poseer, sin dejar pedazo.7

La ensoñación de Susana San Juan con el mar muestra a un mar seductor, totalmente activo y en constante comunión con ella. Las imágenes plasmadas en la escena de este fragmento no anulan la voluntad de éste, pues cuando Susana se sumerge en él su cuerpo se moja y se baña, pero no por la simple inercia del vaivén de las olas, sino porque realmente están teniendo una relación erótica donde ambos se entregan al deseo. En el mismo parágrafo confirmamos que existe esta íntima unión porque unas líneas anteriores Florencio, que también se había sumergido en el mar con ella, le dice a Susana que él la ve como si fuera una más de las aves que vuelan ahí << Es como si fueras un “pico feo”, uno más entre todos…>>8 El mar se ha apropiado de Susana y él parece ser un simple espectador, por eso él la prefiere <<… en las noches, cuando (están) los dos en la misma almohada, bajo las sábanas, en la oscuridad. >>9

4Ibid., p. 51.

5 Rulfo, Juan., El Llano en llamas, Editorial RM/Fundación Juan Rulfo, México, D.F., 2005, p.105.

6 Rulfo, Juan, Pedro Páramo, Op., cit., p. 14.

7Ibid., p. 102.

Siguiendo con el elemento del agua, la lluvia, según la interpretación de Yvette Jiménez de Báez es un símbolo esperanzador de la posible unión entre el cielo y la tierra; es un elemento que acompaña los procesos de transformación: precede y acompaña la muerte de Susana y la niñez de Pedro Páramo.10 También podemos observar en la novela, que la  lluvia es una figura más que se caracteriza como personaje, su presencia envuelve de nostalgia a los protagonistas haciéndolos recordar amores pasados pero que todavía siguen latentes. Pedro Páramo siendo un niño mientras la lluvia cae trae constantemente el recuerdo de su amada: “Miraba caer las gotas iluminadas por los relámpagos, y cada que respiraba suspiraba, y cada vez que pensaba, pensaba en ti, Susana.”11 De igual manera, el cuerpo inanimado de Susana se remueve con la humedad de la lluvia y comienza a recordar a su esposo Florencio, Juan Preciado la escucha y le cuenta a Dorotea, su compañera de tumba, lo que ella va diciendo, – Dice que ella escondía sus pies entre las piernas de él.  Sus pies helados como piedras frías y que allí se calentaban como en un horno donde se dora el pan. Dice que él le mordía los pies diciéndole que eran como pan dorado en el horno.12 Pero no solamente despierta sentimientos en los otros, la lluvia misma es un ser expresivo y su caída siempre muestra sus sentimientos, ya que puede caer suave y ligera o soltarse fuerte y agresiva. Fulgor Sedano se dirige a ella cariñoso como si ella lo escuchara y obedeciera sus palabras, << ¡Vaya! – dijo -. Otro buen año se nos echa encima >> Y añadió: “Ven, agüita, ven. ¡Déjate caer hasta que te canses! Después córrete para allá, acuérdate que hemos abierto a la labor toda la tierra, nomás para que te des gusto.”13

8Ibid., p. 101.

9Ibid., p. 102.

10Jiménez de Báez, Yvette, Op., cit., pp. 122-126.

11Rulfo, J., Op., cit., p. 17.

12Ibid., p. 105.

13Ibid., p. 66.

La tierra, que en un tiempo fue un lugar prodigio de llanuras verdes va poco a poco en decadencia, degradándose en una zona árida y caliente. Comala, nos dice Rulfo, se deriva de comal por el intenso calor que hay en el pueblo, su tierra es tan caliente que parece ser un lugar sobre las brasas, incluso análogamente es visto como la mera boca del infierno por lo caliente y por el vagabundear de ánimas que murieron sin perdón. La tierra es personificada como receptiva de la violencia y poder de Pedro Páramo, pero a su vez responde reaccionando con la misma fuerza, se niega dar su fruto a los habitantes del pueblo marchitando o matando las semillas o produciendo frutos agrios. El padre Rentería confirma precisamente esta acción diciendo: – Tiene usted razón, señor cura. Allá en Comala he intentado sembrar uvas. No se dan. Sólo crecen arrayanes y naranjos; naranjos agrios y arrayanes agrios.14 Por eso, la Comala que espera ver Juan Preciado a través de  los recuerdos de su madre ha quedado en el pasado, ese pueblo que percibe Doloritas como un paraíso se ha derrumbado porque la tierra se ha regado con la sangre del crimen colectivo.

La existencia de la violencia en la historia deviene de la confrontación de los hombres para saciar deseos en común, provocando venganzas, rencores, injusticias y muertes. La sangre de las víctimas envenena la tierra volviéndola estéril e inhóspita por convertirse en un campo de batalla. Estos sucesos hacen caer todo el entorno y esta caída deteriora la vida a la desesperanza porque la condición humana se ciñe de aislamientos y soledad por dejar en el pasado el paraíso terrestre. Yvette Jiménez de Báez comenta que Mercea Eleade visualiza el crimen como un sacrilegio que puede traer consecuencias graves en todos los sentidos de la vida. La sangre vertida contamina la tierra envenenándola y su calamidad se presenta en la esterilidad de los campos, de los animales y de los hombres.15 El crimen y la violación provocan que la imagen de un pueblo de “… Llanuras verdes. Ver subir y bajar el horizonte con el viento que mueve las espigas, el rizar de la tarde con una lluvia de triples rizos. El color de la tierra, el olor de la alfalfa y del pan. Un pueblo que huele a miel derramada…”16 se invierta en una zona infernal haciendo de la tierra un cementerio total.

14Ibid., p. 77

15Ibid., p. 120.

16Ibid., p. 21.

Rafael Humberto Moreno-Durán en su texto La sublimación y la expresión del mito, sostiene que el despliegue geográfico del pueblo, aunque directamente es afectado por la tristeza, el temor y la angustia de los habitantes, el panorama desesperanzador de los hombres no proviene del paisaje ni del medio ambiente sino de su ámbito interno moral y existencial.17 Los elementos naturales que expuse en los párrafos anteriores: el aire o  viento, el agua y la tierra, devienen en imágenes y símbolos, incluyendo también momentos dialécticos con los personajes no por mero recurso retórico sino porque contienen una fuerza vital. Esta vinculación de fuerzas vitales demuestra que el hombre y la naturaleza están correlacionados a sufrir las circunstancias y condiciones del otro. De este modo, Rulfo revela que cualquier entorno vive en armonía y en constante conexión con todo lo que habita en él, por lo tanto, cuando una parte de él cae consecuentemente todo lo demás también termina cayendo.

Bibliografía

 

Rulfo, Juan, Pedro Páramo. Editorial RM/Fundación Juan Rulfo, México, D.F., 2005.

                    , El Llano en llamas. Editorial RM/Fundación Juan Rulfo, México, D.F., 2005.

Molina Jiménez, Yelemy, Mirada ecocrítica a Pedro Páramo de Juan Rulfo, Revista electrónica OIDLES, vol. 5, N° 11, diciembre 2011.

Jiménez de Báez, Yvette. Juan Rulfo, del páramo a la esperanza. Una lectura crítica de su obra, Fondo de Cultura Económica, México, D.F., 1990.

Moreno-Duran, Rafael Humberto. “La sublimación y la expresión del mito”, La ficción de la memoria, Juan Rulfo ante la crítica, comp., Federico Campbell. UNAM, México, D.F., 2003, pp. 357-359.

17 Moreno-Duran, Rafael Humberto. “La sublimación y la expresión del mito” en La ficción de la memoria, Juan Rulfo ante la crítica. Comp. Federico Campbell. UNAM, México, D.F., 2003, pp. 357-359.

Día Mundial del Teatro (27 de marzo 2020)  

El teatro es una de las artes en las que se representa la vida misma y además es una representación viva, porque los actores y espectadores están siempre en el presente, es decir, nos situamos en el aquí y en el ahora y su experiencia será única e irrepetible. Este viernes 27 de marzo del 2020 celebramos el Día Mundial del Teatro en medio de una pandemia, una incertidumbre global hacia dónde y cuándo parará esta emergencia sanitaria. Años anteriores esta celebración se hacia con eventos y presentaciones en teatros, plazuelas, calles o en cualquier espacio que la poética del cuerpo quisiera apropiarse. Hoy estos espacios se encuentran vacíos, sin espectadores, ni actores, bailarines, músicos, técnicos, directores, escenógrafos o todo aquel que sea partícipe, tanto directa como indirectamente, de las artes escénicas. Sin embargo, encontramos que, muchos de los que nos dedicamos a este arte, estamos buscando la manera de mostrar nuestro trabajo y continuar llegando a los espectadores, haciendo uso de plataformas online, redes sociales, programas de televisión o de cualquier medio masivo que se nos pueda facilitar dada la contingencia de salud.

Esto nos lleva a cuestionarnos lo siguiente ¿cuál es nuestro afán de hacer teatro? Hacer teatro no es ningún afán, contesto esta pregunta desde mi experiencia, es una necesidad elemental de la vida humana, somos seres creadores por naturaleza, la invención es nuestra arma ante la conciencia de sabernos finitos y vulnerables. Es un aliciente que encontramos ante este gran monstruo llamado Estado que hemos construido y que se sustenta en la privatización de bienes, en donde todo es propiedad privada o, mejor dicho, donde la mayoría de los bienes pertenecen a la clase alta. Mas, lo único que nos es propio desde que somos concebidos es nuestro cuerpo, un ente sensible que nos permite conocer, apropiarnos del mundo inteligiblemente y que, solo a través del arte lo apropiamos de manera tangible y lo hacemos nuestro, porque al darle voz a nuestro cuerpo creamos nuevos mundos, le damos vida a las cosas y nos dotamos de humanidad a nosotros mismos, porque dejamos al descubierto lo inefable y hacemos hablar aquellas voces que se quedan mudas o son calladas y oprimidas por la sociedad.

El teatro, así como todas las artes escénicas, poseen la virtud y la fuerza de hacer que las pasiones, por muy profundas que se encuentren en nosotros, sean capaces de exteriorizarse y sensibilizarnos ante los conflictos que como humanidad estamos resistiendo; si bien, no a partir de un ejercicio majestuoso de exaltación de los más profundos sentimientos, sí por el sencillo ejercicio catártico, que de modo indirecto pero instigador nos confronta ante nuestra vulnerabilidad y nuestra narcisa y egoísta forma de habitar el mundo. En definitiva, podemos afirmar que el teatro nos conduce de forma lúdico-práctica al autoconocimiento personal y por consiguiente al desarrollo psicológico y social. El teatro, sin duda, tiene esa nobleza, ser reflejo de la vida y dirigir a la humanidad a enfrentarse a sí misma.

Atrevida intuición

 

ATREVIDA INTUICIÓN,

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incluso más si se mira detenidamente,

rebelde, orgullosa,

que se aventura

en el terreno de la delicadeza y crean,

por su arriesgada esencia femenina,

sueños líquidos

que han sorprendido por su potencia estética.

Imprescindibles de color cálido,

elemental, atmosférico,

para cada belleza única.

LOS MISTERIOS DEL TIEMPO

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Los misterios del tiempo,

al camino de la innovación y la excelencia

dejan el alma en cada

historia de las creaciones más enigmáticas

símbolos máximos que los caracteriza

y unas horas misteriosas.

Los han llamado milagros.

Éste es un recorrido por tu piel sofisticada,

Cómoda,

Pureza inquebrantable

que ha regresado.

Cada vez son más las creaciones extraordinarias

que sorprenden,

únicas, indispensables.

La inspiración, como el tiempo, es interminable.

Es para mí un viejo lobo de mar.

Tú… sentido y eternidad

Conozco el olor de tu piel,

el sabor de tu boca,

la profundidad de tus ojos cuando me miras,

el vibrar de tu cuerpo cuando me aprisionas a tus ganas,

la suavidad y bravura con que te prendes a mi ser.

Sí, nuestros cuerpos se entienden…

Se conocen… Se saben.

Porque tu piel ha rozado mi piel,

porque tus labios se pierden en los míos,

porque has clavado tu mirada más intensa a la mía,

porque nuestros cuerpos se han unido a nuestro deseo,

porque nuestra esencia se ha fundido con suavidad y bravura.

Me he unido a ti sin buscar rumbo.

No quiero ir a ningún lado.

No busco dirección sino sentido.

No quiero significados ni palabras llenas de vacío.

Quiero la expresión de nuestro ser hecho lenguaje.

No quiero efímeros tiempos alargados.

Quiero instantes presentes hechos de eternidad.

En ti encontré sentido y eternidad.

Cuando unimos nuestras almas

los segundos se tornan en instantes,

y se desborda el tiempo en eternidad,

No existe pasado ni futuro, sólo presente.

Se vacían nuestras palabras,

y enmudecen nuestras bocas.

Porque son nuestros cuerpos

nuestro íntimo lenguaje.

Me sabes a Mar

Me sabes a mar,
Porque recorres con tus olas
mi cuerpo… mi locura.
Me hundes con furia
para ahogarme en tus deseos,
y después, suavemente,
devolver mi aliento en el gemido.
Sáciame de ti,
De tu sabor a mar.
Deja en mi boca,
…en mi piel,
la sal de tu cuerpo,
el agua de tu boca,
la espuma de tu sexo.
Deja también tu aroma,
Tu olor a humedad,
Tu olor a amanecer,
… a anochecer.
Tórnate inteligible,
para en tu ausencia
estés presente,
llevarte en la memoria
y evocarte en mis recuerdos.
Me sabes a mar,
Porque no eres río,
Ni lago,
Mucho menos presa.
Me sabes a Mar,
Porque eres mar.
Impetuosamente avasallador,
Inmenso… abismante,
 implacablemente apasionante.
Pero no eres cualquier mar.
Eres mi Mar.

 

La intencionalidad de la conciencia en Husserl y Sartre.

En la obra “Investigaciones lógicas” Husserl identifica una multivocidad del término conciencia, que esta a su vez es un acto meramente psíquico. De esta multivocidad, primeramente la conciencia se entiende como entrelazamiento de vivencias psíquicas en la consistencia de su unidad. En segundo, conciencia también es entendida como percepción interna de mis propias vivencias, claro esta que es totalmente diferente de una percepción externa basada en la adecuación e inadecuación. Y el tercer término se comprende como las vivencias intencionales que son los actos mismos. La conciencia considerada como un conjunto de vivencias, se distinguen dos estructuras muy diferentes que son la noesis (el acto intencional) y el noema (el objeto intencional). A grandes rasgos Husserl entiende a la conciencia como “conciencia pura” cuando se encuentra reducida, vaya la redundancia, por la reducción fenomenológica que después se conocerá como trascendental a todo aquello que se refiere al ámbito de la conciencia pura en oposición al mundo empírico.[1]

Para Husserl la intencionalidad es noción de que la característica del estado consciente es el de ser en todo momento intencional. El estado consciente es estar pendiente de algo o simplemente la relación entre actos mentales y mundo externo. La intencionalidad en términos generales es la propiedad elemental de la conciencia, es decir, que la intencionalidad no es más que la capacidad de la conciencia de referirse a algo.[2] Con este término de la intencionalidad, pone la presencia del mundo en la conciencia, o mejor dicho el mundo es inmanente a la conciencia, y tomando en cuenta este enunciado Husserl propone un Yo trascendental como esa condición que posibilita al mundo de sentido y además como esa mónada que nos permite hilar el halo temporal de mis vivencias.[3] Yo hago al mundo mío, el mundo se me presenta y lo aprehendo como se me es percibido, mi percepción del mundo es distinta que la percepción de otro, porque es bien sabido que aunque el mundo se presente de la misma forma a todos cada individuo lo percibe de manera distinta. Así que se podría decir que cada conciencia del yo trascendental concibe un mundo único y distinto.

“Entendimos por intencionalidad la peculiaridad de las vivencias de ‘ser conciencia de algo’. Ante todo nos salió al encuentro esta maravillosa peculiaridad, a la que retrotraen todos los enigmas de la teoría de la razón y de la metafísica, en el cogito explícito: una percepción es percepción de algo, digamos de una cosa; (…) El obrar se refiere a la obra, el hacer a lo hecho, el amar a lo amado, el regocijarse a lo regocijante, etc. En todo cogito actual una ‘mirada’ que irradia del yo puro se dirige al ‘objeto’ que es respectivo correlato de la conciencia, a la cosa, la relación objetiva, etc., y lleva a cabo la muy diversa conciencia de él.” (Husserl, Edmund. 1913: 199).

Con la idea de el mundo es inmanente a la conciencia, Husserl sin duda cae en un subjetivismo, hasta el punto de ser considerado como un idealismo fichteano, donde existe una tajante distinción entre sujeto-objeto, pues aunque Husserl haya recurrido a un modelo hegeliano, cuya distinción sujeto-objeto desaparece, para poder solventar que la conciencia es conciencia de sí, es decir, que la conciencia es objeto de sí misma para poder reconocerse, no deja de lado el modelo idealista de sujeto-objeto, puesto que el yo no es un yo sustancial sino un yo que constituye el mundo. Para Husserl al igual que Fichte el mundo (objeto) no existe si no hay un yo (sujeto) que lo aprehenda.

El principio básico “La conciencia es siempre conciencia de algo”, es retomado por  Jean-Paul Sartre en su obra “La trascendencia del ego”, en la cual hace una fuerte crítica al pensamiento de Husserl, en especial a la concepción de un yo trascendental. Sartre toma en cuenta el principio básico de Husserl ya mencionado al inicio del párrafo, pero para el filósofo francés, el yo no es la conciencia trascendental, sino más bien el conjunto unitario de la intencionalidad de la conciencia que se encuentra afuera en el mundo, porque es un ente del mundo, es un ser para el mundo, al  igual que el yo de los otros. Así que las cosas no se encuentran en la conciencia como representaciones o impresiones, sino que las cosas están en el mundo. La conciencia es conciencia tética (posicional) del mundo, es decir, que también es objeto para el mundo. Así la intencionalidad permite a la conciencia abrirse al mundo situarse en él y a la imaginación.[4]

“(…) el Ego no está ni formal, ni materialmente en la conciencia: está fuera, en el mundo; es un ser del mundo, como también lo es el Ego del prójimo.” (Sartre, Jean-Paul. 1938: 29).

De acuerdo a la cita, Sartre rompe con esta idea de Husserl de que el mundo se encuentra inmanente en la conciencia, pone al yo en el mundo y forma parte de él, así que también es objeto para el mundo y para otros yo. Con esta idea Sartre sí rompe con la estructura sujeto-objeto que Hegel ya había descartado.

Aunque de antemano quede entendido que después de la filosofía de Hegel, ya nadie concibe la idea de separar el mundo mediante sujeto-objeto, Husserl al otorgarle al yo trascendental la tarea de darle sentido al mundo, cae en un subjetivismo retrocediendo, al menos en este sentido, al idealismo alemán, en donde el yo es sujeto pero nunca objeto de sí. Pero Husserl para no sentirse condenado bajo estas críticas, por lo ya establecido por Hegel y para de algún modo separarse de Descartes (que mantiene el esquema sujeto-objeto), concibe que la conciencia es reflejada, porque se posiciona para ser objeto de sí, de este modo reconocerse así mima y ante su propia evidencia saberse como real, de algún modo siguiendo la predicación cartesiana “Cogito ergo sum”. Esta idea de la conciencia reflejada es de donde parte Sartre para indicarle a Husserl que gracias a esta inconsistencia va a necesitar de la imagen de una mónada que él llama Yo trascendental para hacer posible este ejercicio de la objetivación de la conciencia.

 La crítica más fuerte que va a recibir Husserl por parte de Sartre, es sobre la necesidad que tiene de poner un Yo trascendental para unir al yo empírico con el yo pensante, pues según Sartre en una fenomenología no es necesario poner a un yo trascendental. Según Sartre, Husserl propone un Yo trascendental siguiendo a Kant, pues le parecía que había visto momentos de la conciencia sin “yo” puesto que decían que debía poder acompañarla, porque se trataba de determinar las condiciones de posibilidad de la experiencia; más realizar el Yo trascendental y hacerlo acompañante que va a la par con cada una de nuestras conciencias, es atribuir ante lo hecho y no ante el derecho, no es más que colocarse en un punto de vista totalmente diferente del visualizado por el mismo Kant. La conciencia trascendental forjada por Kant, es captada y encontrada por Husserl a causa de la epojé, como una conciencia real accesible a nosotros una vez establecida la reducción fenomenológica.[5]

Sartre al igual que Husserl, advierte que nuestro mí mismo psíquico y psicofísico es objeto trascendente y debe caer ante la reducción fenomenológica de la epojé, pero Sartre le cuestiona a Husserl para descartar en la pregunta la idea de un Yo trascendental, ¿es que acaso no se basta con un mí mismo psíquico y psicofísico?, si la respuesta es no, entonces según Sartre tendríamos que:

  • El campo trascendental se queda sin yo porque se vuelve pre-personal.
  • El yo sólo aparece en el nivel de la humanidad y no es más que la cara del mí mismo (la cara activa).
  • El ego cogito puede acompañar a todas nuestras representaciones porque se presenta sobre un fondo de unidad que él no ha participado a crear, sino que lo hace posible esta unidad previa.
  • Será permitido cuestionarse si la personalidad es un concomitante de la conciencia, y si no cabe concebir conciencias absolutamente pre-personales.[6]

Nos dice Sartre en “La trascendencia del Ego”, que Husserl en “Investigaciones Lógicas”, el Mí mismo era una producción sintética y trascendente de la conciencia, pero en “Ideas I” regresa a la tesis de un yo trascendental que estaría, primero por detrás de cada conciencia; segundo que sería una estructura necesaria de esas conciencias y tercero caería sobre cada fenómeno representado en el campo de la atención. Así que, tomando en cuenta estos tres puntos, la conciencia trascendental se vuelve necesariamente personal y esto es porque se tiene la creencia radical de que la existencia de un Yo trascendental se justifica por la necesidad que la conciencia tiene de unidad e individualidad.[7]

Pero Sartre insiste en que es absurdo considerar a un Yo trascendental para dotar a la conciencia de unidad e individualidad, porque para Sartre la conciencia está unificada por sí sola, ya que todas las percepciones y todos los pensamientos guardan relación con ella, antes de que la conciencia sea reflexiva la conciencia es existencia. Sartre ve a la conciencia como conciencia/nada no es lo que es y es lo que no es; no hay yo y no hay psiquismo, la conciencia no es un yo, es existencia, es constante apertura, no tiene consistencia alguna; la conciencia es proyección. Entonces tenemos que para Sartre la fenomenología no necesita apelar a este yo unificador e individualizador, puesto que, la conciencia se define por la intencionalidad. Pero ¿qué es intencionalidad para Sartre? Él comprende la intencionalidad como la conciencia que va más allá de la conciencia de sí. Por tanto, tenemos que por la intencionalidad, la conciencia se trasciende a sí misma y se unifica escapando de sí. Es decir, a mi entender que la conciencia escapa de sí misma para unirse a otras conciencias y hacer de una aprehensión un conocimiento objetivo, y con esto evita caer en un subjetivismo como en el que cae Husserl.

“La unidad de las mil conciencias activas por las que he sumado, sumo y sumaré dos y dos para reunir cuatro, es el objeto trascendente ‘dos y dos son cuatro’”. (Jean-Paul Sartre, 1938: 38).

La creencia de que ‘dos y dos son’ cuatro es lo que contiene mi representación, se ve obligada a recurrir a un principio trascendental y subjetivo que lo una, y este sería el Yo, pero precisamente Husserl no lo necesita. El objeto es trascendente a aquellas conciencias que lo captan y es justamente en él donde se encuentra la unidad de ellas. Por lo cual, la conciencia no es para sí misma su propio objeto, su objeto se encuentra por naturaleza fuera de ella, y así es por lo que en el mismo acto lo pone y lo capta. Por eso es que la conciencia esta abierta y en la intencionalidad escapa de sí, pues en caso de que no fuese de este modo la conciencia se tornaría reflejada y por ende se volvería objeto de sí misma.

El cogito de Husserl y Descartes es una verificación de hecho, es decir, el cogito nos remite a una acción, para Sartre es innegable hablar de que el cogito es plenamente personal, pues en el yo que pienso hay un yo que piensa, y es desde el cogito donde debe partir una egología. Husserl comprende que cada vez que captamos nuestro pensamiento captamos un Yo que es el Yo del pensamiento y todos los demás pensamientos posibles. Esto se nota claro en la conciencia interna del tiempo, donde nos da la posibilidad de reflexionar en el recuerdo. Por ejemplo: Ayer vi un mural de Diego Rivera en el Palacio de Bellas Artes, entonces hoy recuerdo que vi ese mural y a la vez reflexiono que yo estaba viendo ese mural ayer. A lo que tenemos que mi cogito esta referido por una conciencia dirigida sobre la conciencia que toma a la conciencia como su objeto. Se habla entonces que la certeza del cogito es absoluta porque hay unidad consistente entre estas dos conciencias que son la conciencia reflexionante y la conciencia refleja (la conciencia reflexionante no podría existir sin la conciencia refleja), aquí nos encontramos frente a una síntesis de conciencias, en la cual la conciencia reflexionante es objeto de la conciencia reflejada, mientras que la conciencia reflexionante es conciencia de sí misma. De este modo se salvaguarde el principio de que toda conciencia es conciencia de algo.[8]

 Sartre a diferencia de Husserl considera que la conciencia reflexionante no se toma a sí misma como objeto cuando se efectúa el cogito; ya que nos dice Sartre que en tanto la conciencia reflexionante es conciencia de sí misma, esta es conciencia no posicional, se vuelve posicional única y exclusivamente al apuntar a la conciencia reflejada, donde esta no era conciencia posicional de sí antes de ser reflejada. Toda conciencia reflexionante es irrefleja en sí misma, no es posicional, una conciencia no tiene necesidad de una conciencia reflexionante para poder ser conciencia de sí misma, la conciencia no se pone a sí misma como un objeto suyo. Por ejemplo: yo recuerdo ayer haber visto un águila volar; en este plano del recuerdo, yo recuerdo haber visto un águila ayer, hago reflexión sobre el águila que vi, pero en ese instante no reflexiono sobre el recuerdo de lo que vi que era yo quien esta viendo esa águila ayer. Nos dice Sartre que no debemos poner a la conciencia en sí como objeto de nuestra reflexión, sino al contrario, hay que poner atención sobre los objetos mentados, pero claro sin perder de vista a la conciencia manteniendo con ella una especie de complicidad y haciendo un recuento de su contenido de forma no-posicional. Sartre al mencionar que estamos sumergidos en el mundo de los objetos y que son ellos los que constituyen la unidad de mis conciencias; mi mismo, en cambio, yo he desaparecido, me he vuelto nada. Por tanto, tenemos que en el plano irreflejo, no hay yo. En conclusión tenemos, que nada excepto la conciencia puede ser la fuente misma de la conciencia, ya que si el yo conforma parte de la conciencia, resultará entonces que habría dos yoes, que serían el yo de la conciencia reflexiva y el yo de la conciencia reflejada.[9]

En resumidas cuentas, en la obra de Sartre, La trascendencia del Ego, los principales puntos que deja en claro conforme a la crítica a Husserl son:

  1. La conciencia es apertura y es movimiento central de la pregunta por el ser.
  2. La conciencia no tolera el substancialismo propio de la res cogitans cartesiana.
  3. El yo trascendental es la muerte de la conciencia.
  4. El Ego no forma parte de la conciencia, sino que lo hace formar parte del mundo.
  5. La conciencia no es conciencia posicional de sí porque la conciencia no debe ser objeto de sí misma.
  6. El ego es a los objetos psíquicos, lo que el mundo es a las cosas.[10]

En este análisis nos permite entrever que Sartre retoma de la fenomenología de Husserl la idea de conciencia, pues para él primero tenemos que hablar del ser antes de la ontología del ser, pues es en la conciencia donde primeramente hay una búsqueda del ser, al saberse la conciencia que es nada, que esta ahuecada. Coincido con Sartre en que no hay necesidad de concebir un Yo trascendental para darle unidad y universalidad a la conciencia, pues la conciencia se abre al mundo y se engloba con las demás conciencias para hacer de nuestra aprehensión un conocimiento objetivo, pero esto claro antes de pasar al plano reflexivo, pues ya en este plano nuestra aprehensiones ya vueltas re-presentaciones se vuelven personales (subjetivas). Creo que el Sartre joven, en su obra La trascendencia del Ego, comete el mismo error que Husserl al identificar dos tipos de conciencias que son la conciencia en sí (reflexionante) y la conciencia para sí (refleja), pues esto lo llevaría a un tercer grado de conciencia que sea conciencia de estas dos y otra que sea conciencia de conciencia de las conciencias, es decir, que nos llevaría a una secuencia ad infinitum. La conciencia por sí ya es conciencia, no necesita fraccionarse para saberse y reconocerse a sí misma, al ser la conciencia unidad, se sobreentiende engloba su propia existencia.

Pero esto no es lo único puesto en tela de juicio sobre el joven Sartre, pues al decir que en el plano irreflejo no hay yo, cae en contradicción al mencionar, en un principio, que hay una complicidad con la conciencia reflexiva, se entiende que aunque el yo no pueda ser captado, no quiere decir que no este, así que no se puede negarlo. Además según Sartre la conciencia siempre va en par de su conciencia en sí en cada proceso cognitivo, pero para no caer en que la conciencia sea objeto de sí, hay un intervalo de estas para que la conciencia se reconozca a sí misma por medio de interrogaciones, negaciones y afirmaciones. Sin embargo, a mi parecer, Sartre al caer en el error de concebir dos conciencias, necesariamente una tendrá que ser conciencia de la otra y tornarse objeto de sí aun en el plano reflexivo por esta razón Husserl entiende que la conciencia (al concebir dos tipos de conciencias) debe ser objeto de sí misma, por esta doble necesidad de la conciencia que son la reflexiva y la refleja. Así que, ni Husserl escapa de la subjetividad de la conciencia ni Sartre de la conciencia objetual.

Bibliografía:

Husserl, Edmund. “Investigaciones lógicas”; (Ver. Manuel G. Morente y José Gaos). Alianza Editorial, Madrid 2001.

Husserl, Edmund. “Ideas I”; (Traduc. José Gaos). Fondo de Cultura Económica. México, D.F, 1986. 529 pp.

Husserl, Edmund. “Meditaciones Cartesianas”; (Traduc. José Gaos y Miguel García Baró). Fondo de Cultura Económica, México, D.F, 2004.

Sartre, Jean-Paul. “La trascendencia del Ego”; (Traduc. Miguel García-Baró). Síntesis, Madrid, 2003. 111 pp.

Moreno, César. “Fenomenología y filosofía existencial; volumen II”. Síntesis, Madrid, 2000.

Notas al pie:

[1] Husserl, Edmund. “Investigaciones lógicas”; (Ver. Manuel G. Morente y José Gaos). Alianza Editorial, Madrid 2001. Págs. 475-476.

[2] Husserl, Edmund. “Ideas I”; (Traduc. José Gaos). Fondo de Cultura Económica. México, D.F, 1986. Págs. 199-200.

[3] Husserl, Edmund. “Meditaciones Cartesianas”; (Traduc. José Gaos y Miguel García Baró). Fondo de Cultura Económica, México, D.F, 2004. Págs. 47-49.

[4] Moreno, César. “Fenomenología y filosofía existencial; volumen II”. Síntesis, Madrid, 2000. Págs. 94-96.

[5] Sartre, Jean-Paul. “La trascendencia del Ego”; (Traduc. Miguel García-Baró). Síntesis, Madrid, 2003. Págs. 32-36.

[6] Ibidem. Págs. 36-37.

[7] Ibidem. Págs. 37-42.

[8] Sartre, Jean-Paul. “La trascendencia del Ego”; (Traduc. Miguel García-Baró). Síntesis, Madrid, 2003. págs. 43-45.

[9] Ibidem. Págs. 46-53.

[10] Moreno, César. “Fenomenología y filosofía existencial; volumen II”. Síntesis, Madrid, 2000. Págs. 96-97.

El lector implícito y sus condiciones en el proceso de lectura.

«No dicho» significa no manifiesto en la superficie, en el plano de la expresión:
Pero precisamente son esos elementos no dichos los que deben actualizarse en
la etapa de la actualización del contenido. Para ello, un texto (con mayor fuerza
que cualquier otro tipo de mensaje) requiere ciertos movimientos cooperativos,
 activos y conscientes, por parte del lector. […] es evidente que el lector debe
actualizar el contenido a través de una compleja serie de movimientos
cooperativos”.[1]

 

La obra de arte necesita de un receptor que constituya su modo de ser, esto es porque aquel que la percibe hace posible su existencia y la considera como tal.  La literatura en este sentido no es comprendida como obra a partir del texto literario sino en la interacción entre texto y lector. Wolfgang Iser ha desarrollado una perspectiva fenomenología de la recepción, específicamente en el proceso de la lectura, la cual establece que es una configuración compuesta del texto que sólo adquiere efecto por medio de las relaciones establecidas por el lector. “La obra es el hecho-constituido del texto en la conciencia del lector”.[2] Esta visión fenomenológica permite que el estudio se centre en el sujeto receptor, en este caso es el lector, quien conforma parte importante del proceso de lectura ya que los textos son experimentados al leerse, además una experiencia tal precede siempre a todo significado atribuido a las obras y este significado se basa en ellas.

Los textos literarios no poseen únicamente los significados que produce la interpretación, de lo contrario se reducirían los textos a puros significados, además se remitirían a marcos de referencias ya existentes. Esta era una forma de interpretación en la que se basaba la hermenéutica antigua, pero el análisis sólo se limitaba a averiguar los significados contenidos en los textos y se olvidaba de las reacciones que experimentaba el lector. Según Iser, este proceso nos lleva a comprender que un texto representa algo y que el significado de lo representado existe independiente de las diversas reacciones que pueda provocar, por lo que nos lleva a sospechar que el significado es una realización determinada del texto que es identificado con el texto mismo; no obstante, un texto cobra vida cuando es leído. Hay una necesidad de visualizar el desarrollo de él por medio de la lectura.

El proceso de lectura está más estrechamente relacionado con una erótica del arte que con el arte de la interpretación, pues no pretende encontrar el significado oculto de los textos literarios, lo cual nos llevaría a suponer que los textos juegan a las escondidillas con los intérpretes, sino más bien porque los significados literario son forjados en el proceso de la lectura, dado que son el producto de una interacción entre el texto y el lector y no un factor oculto. Además los textos están conformados por aspectos estimulantes que producen ciertas reacciones en el lector, esta experiencia lo llevan a develar un significado que no siempre coincide con el pretendido por el autor.  El hecho de que no coincidan, no quiere decir que el significado generado en el lector sea erróneo, el significado no es univoco a pesar de lo plasmado por el autor, es claro que en el proceso de lectura el lector ha aprehendido el significado pero es interpretado de forma distinta, se pone en juego el contexto histórico-social del autor, del texto y del lector. En la lectura actualizamos el texto y éste debe otorgar márgenes de posibilidad para poder realizarla. El precepto de la fenomenología de irnos a las cosas mismas nos pone las pautas para que nuestra conciencia se apropie del mundo a partir de las condiciones que nos presentan las cosas aprehendidas desde la experiencia. Esto es, “si el lector genera el significado de un texto es inevitable cuando este significado aparece de forma inevitable”[3]. Todo texto literario posee un sentido que le otorga unidad y posibilita que cada lector le dé un significado al texto de acuerdo a sus experiencias.

La importancia del lector en el proceso de lectura se da cuando los textos literarios poseen gran indeterminación y vacíos, aquí el lector interviene en una co-realización de la posible intención del autor. Dicha determinación por falta de posición del autor en ciertos puntos será normalizada por el lector en el proceso de la lectura. Los puntos de indeterminación que el lector encuentre en el texto serán llenados según la forma en cómo éste conciba en su lectura la realidad constituida en el texto, que no precisamente debe coincidir con la realidad misma, pero que sí tiene que adecuarse a la lógica de la historia que se lee. Nos dice Iser, que también se puede normalizar la indeterminación teniendo presentes las experiencias individuales del lector con la condición de que las normas de la propia imagen se proyecten en el texto cuando se realice la intención perseguida, a esto se le conoce como la normalización de la indeterminación, sin embargo, desaparece su eficacia cuando las normas privadas del lector son las que garantizan la orientación de la lectura.[4] Sin duda, en la normalización debe haber gran conciencia del lector para que el acto no caiga en una imposición de pre-juicios sin antes realizar una fusión de horizontes.

La dinámica de la lectura nos conduce a determinar la obra literaria como una producción co-creadora del autor y el lector, en donde ambos ponen en juego sus propias experiencias para que la obra contenga un marco de referencia, no exclusiva ni necesariamente de la realidad, que posibilite la introducción de otro, es decir, que el autor contemple a un lector y el lector tenga presente al autor. La creación de la obra literaria, entendiendo la co-realización de autor-lector, no es un acto que se realice con plena y absoluta libertad dado que se tiene que tener en consideración la interacción de ambos. Por ejemplo, el autor necesita establecer una estructura y estética lingüísticas que sea entendible para cierto tipo de lector; por su parte el lector se encuentra limitado por la lógica que sigue el texto y que el autor ha plasmado, así que no toda concretización e interpretación que haga será válida porque debe estar remitida continuamente al texto. Siempre que leemos nuestra atención se mueve en dos direcciones: hacia afuera o centrífuga y hacia adentro o centrípeta. En la primera tendemos ir hacia fuera de nuestra lectura, de las palabras individuales, hacia las cosas o nuestra memoria. En la segunda buscamos configurar partiendo de las palabras una idea del modelo verbal, esta operación se intensifica cuando la novela renuncia a expresar su intención.[5] No siempre los puntos de indeterminación y los vacíos están por la pura intención del autor, sino que estos son identificados por el lector en la medida que avance  en su lectura. Iser coincide con Thackeray cuando afirma que las partes no escritas de una novela son las verdaderamente interesantes, porque las estructuras del texto están creadas para incitar constantemente a encontrar la razón en el proceso de la lectura. Así que, una mayor participación en la co-ejecución del texto conduce al lector a colaborar más en ello.

La indeterminación es el punto central del texto que hace participe al lector en la co-ejecución de la obra, sin estos vacíos el lector se sentiría desplazado y se aburriría fácilmente, lo que hace interesante el proceso de lectura al lector es que puede activar su imaginación y tener una participación relevante por medio de sus ideas e interpretación. Por esta razón, la indeterminación es considerada la base de una estructura del texto en donde el lector está ya contemplado. La participación activa del lector provoca que lo expresado en el texto no debe agote su intención, si en este caso la actividad del lector aumenta en la ejecución del suceso y se hace patente, por lo tanto, lo dicho en el texto no debe entenderse tal como está expresado. A este respecto Iser comenta:

Para este proceso, los vacíos del texto son la condición central. Por medio de ellos, la conectabilidad entre los modelos particulares del texto o los elementos del texto se dejan libres primero, con el resultado de que el lector mismo puede hacer los enlaces. Los vacíos hacen apto para la adaptación al texto y permiten al lector convertir, durante la lectura, en una experiencia privada la experiencia ajena del texto. La privatización de una experiencia ajena significa que la naturaleza del texto permite añadir algo, hasta ahora desconocido, a la propia “historia de las experiencias”.[6]

Iser se anticipa a buscar un lector implícito que se adentre también a la hermenéutica, ya que  la actividad de co-ejecución en el proceso de lectura provoca que el autor estructure el texto de acuerdo a un tipo de lector que cumpla ciertas características. Un lector implícito es el carácter dado en el acto de lectura y está ya dado en el texto; éste proviene de una tradición social e histórica, se puede documentar historiográficamente pero no es un lector histórico pues no podemos tener acceso a él, solamente a nuestro proceso de lectura. Hablar de un lector implícito es admitir que nuestro proceso de lectura está ya puesto en el texto, podemos suponer que ya está determinada nuestra interpretación por el autor y que nuestra lectura está condicionada al sentido pretendido por él. Sin embargo, es relevante recordar que esto sólo es la parte creadora que le corresponde al autor, de alguna forma él plantea las reglas del juego, que sin ellas no sería posible una co-relación de ambas partes, es importante que el autor ponga los límites de lo que va a ser la obra. Por otro lado (texto-lector), si el texto literario está radicado en el proceso de lectura, éste, más que buscar una adecuación busca una tensión entre la actualización del texto de lo que ya está puesto en él y las reglas existentes en la obra literaria. Al lector le corresponde apropiarse de las ideas del texto para poder unificarlas con sus ideas y de este modo darle coherencia. Este dinamismo tiene un enfoque fenomenológico porque se hace del texto literario parte de nuestra experiencia, por eso el proceso de lectura constantemente modifica nuestras expectativas y perspectivas.

El lector a pesar de ser co-autor en el acto de lectura se le impone una forma de lectura debido a las técnicas de corte producidas por los vacíos, por medio de estas el autor asigna un rol de cómo quiere que sea leído su texto. Los fragmentos de montaje, los saltos, las segmentaciones, la introducción de nuevos personajes y los comentarios del narrador, son algunas de las técnicas que se utilizan para generar expectativas, producir rendimiento en el lector y dejarlo en suspenso. Mas, ninguna lectura agota la potencialidad del texto, para poder evitar cualquier imposición se es recomendable realizar una relectura pues van cambiando nuestras ideas y perspectivas. La visión del lector no tiene que ser igual a la del narrador, de lo contrario no se llevaría a cabo la actualización del texto y el sentido recaería en meros significados por la falta de un receptor activo que se remita a sus propias experiencias para dar consistencia a la obra literaria.

En el proceso de la lectura, se realiza la interacción, central para toda la obra literaria, entre su estructura y su receptor. Por esta razón, la teoría fenomenológica del arte señaló con todo que el estudio de una obra literaria es válido no sólo para la forma del texto, sino que es válida en la misma medida para los actos que llevan a su comprensión. Por ello, Ingarden contrapuso las formas de su concretización a la disposición en niveles de la obra literaria. El texto, como tal, sólo ofrece diferentes “perspectivas esquematizadas” por medio de las cuales se puede producir el objeto de la obra, en tanto que la producción verdadera se vuelva un acto de concretización.[7]

La actividad co-creadora en el proceso de la lectura propone una polaridad en la obra literaria, de la que resulta que no es exclusivamente idéntica ni con el texto ni con la concretización, puesto que la obra es más que el texto. Los dos polos que surgen de esto son el polo artístico (texto creado por el autor) y el polo estético (concretización efectuada por el lector), los cuales conforman una unidad y es necesario un carácter virtual porque no puede ser reducido ni a la realidad del texto ni a las predisposiciones que caracterizan al lector; por ello donde el texto y el lector se confluyen se encuentra el lugar de la obra literaria. La obra, nos dice Iser, no se debe concentrar determinantemente en una ni en otra posición, si se aíslan los polos significaría reducir la obra meramente a la técnica de representación del texto o a una simple psicología del lector.[8]

El común denominador de estos dos polos, además de darle posibilidad a su interacción no es otra cosa más que el sentido, de éste parte el autor para crear el texto y ponerle las reglas del juego al lector para que sea interpretado según sus experiencias y expectativas. Razón por la que las estructuras del texto no llenan su función en los textos sino en las reacciones afectivas de los lectores, pero si esto no es así, el sentido comienza a perder su carácter estético y a obtener un carácter discursivo en el momento en que se pregunta por el significado, de este modo deja de significarse a sí mismo dejando de ser un efecto estético. Para evitar el desplazamiento de cualquiera de los polos, no se debe legitimar frente a ninguna referencia ya existente, el reconocimiento se da por la experiencia provocada en el lector gracias al sentido.[9]

El lector implícito es parte de la estrategia del autor para atrapar al lector en su estructura lingüística, surge de la búsqueda de establecer los  límites de la interpretación, aunque en el polo estético se admita la afectividad del lector, la construcción del lector implícito lo encontramos dentro del polo artístico porque en él se establecen las pautas para guiar al lector a un entorno de las interpretaciones posibles que permite el texto literario. Sin esta importante tarea nos llevaría a pensar que cualquier interpretación hecha por el lector  puede ser válida, en este sentido, el lector implícito al conformar parte del polo artístico, se estaría aislando parte de la unidad al considerar únicamente al polo estético.

La introducción del lector implícito en el texto literario posibilita el surgimiento de otros tipos de lectores, los cuales son construcciones que sirven para expresar conocimientos. El lector ideal y el lector contemporáneo son tipos prominentes; el primero parece ser una construcción necesaria como el caso del lector implícito, el segundo no podemos reducirlo a una mera construcción necesaria porque va más allá de la simple estructura del texto. Para Iser, el valor de estos tipos de lectores se basa en su sustrato comprobable en cada caso, no obstante, últimamente se pretende crear otro tipo de lector que sea más que un valor heurístico. Estos tipos de lector se diferencian porque en uno se elimina la construcción y en otro se elimina el sustrato empírico, ya sea para reconocer metas de conocimiento o para confiar en las afirmaciones acerca del efecto literario. Por un lado, partir del lector contemporáneo es posible realizar una historia de la recepción, en esta se descubren las condiciones del juicio del lector, punto clave para una historia social y una historia del juicio de gusto del público lector. Por otro lado, el lector ideal representa una imposibilidad en la estructura de la comunicación ya que debería tener el mismo código que el autor, en este caso, el lector ideal debería estar provisto de las mismas intenciones del autor que se hacen válidas en este procedimiento, incluso es difícil pensar que el autor es su mismo autor ideal, pues aunque sean lectores de sus textos no rescatan en general su efecto, porque se exteriorizan en su propio discurso.[10]

La crítica literaria distingue, de igual modo, tres tipos de lectores ya definidos para ciertas áreas de discusión. Más que nada son concebidos como constructores y todos refieren a un sustrato empírico. El lector pretendido es identificado por Wolff, se considera como una reconstrucción de la “idea del lector” desarrollado en la mente del autor; el archilector entendido por Riffatere es un concepto de prueba que sirve para detectar el hecho estilístico y artístico en la codificación del texto; y el lector informado desarrollado por Fish, es un concepto de aprendizaje, simplemente busca “estar informado”. Estos tres tipos de lectores parten únicamente de la comprensión del lenguaje utilizado en el texto y no ponen en juego sus propias intereses y reacciones, parece ser que  se mueven en un polo estético limitado sólo a la estructura que el polo artístico manifiesta. Todos ellos están movidos por un denominador común que es la posibilidad de superar el límite de la estructura de la gramática, así como de la sociología de la literatura a través de la interacción del texto. A este respecto el lector se ha vuelto el punto de referencia del sistema dinámico de la obra literaria. Por lo tanto toda teoría literaria no puede continuar sin incluir antes al lector.[11]

El lector implícito a ser expuesto en el texto por parte del autor, no posee ninguna existencia real, pues representa las orientaciones que un texto efectivo ofrece a sus posibles lectores para poner las pautas y condiciones de la recepción que se llevará a cabo. Tampoco está dado en ninguna base empírica porque se funda en la estructura del texto y el posible receptor debe adecuarse a la forma en cómo lo pretende y lo impone.

Por eso, el concepto del lector implícito designa una estructura del texto por medio de la cual el receptor siempre está previsto y la ocupación de esta forma vacía y estructurada tampoco se puede evitar ahí donde los textos, debido a su ficción del lector, no parece preocuparse expresamente por su receptor o hasta tienden a excluir a su posible público por medio de las estrategias utilizadas. Así, el concepto del lector implícito pone a la vista las estructuras del efecto del texto, a través de las cuales el receptor es situado respecto al texto y está unido a él por medio de los actos de comprensión provocados por él.[12]

Debido a la inclusión de un lector implícito en el texto literario que precede a la recepción de los lectores, el texto literario ofrece una proposición de roles para los posibles receptores. El rol del receptor se determina como una estructura del texto y como una estructura del acto; para la estructura del texto es necesario partir de que cada texto literario representa una relación hacia el mundo ideada por el autor. Sin duda, el punto de vista y el horizonte son resultado de la construcción perspectiva del texto sin estar representados en el texto mismo, en este sentido, el rol del lector que se encuentra trazado en la estructura del texto, adquiere su carácter afectivo, esto es, que produce actos de imaginación en el que aparece la diversidad de referencias y se reúnen en el horizonte de sentido, aquí el lector finalmente está en el texto o en el mundo del texto,[13] quiere decir que ya se ha dado una fusión de horizontes.

Definitivamente para Iser, el concepto de lector implícito no es concebido a partir de una abstracción de un lector verdadero, más bien surge como una propuesta de cómo ser leído el texto que inicialmente configura el autor, que ya posteriormente la obra será completada en el proceso de lectura que realice el lector. El lector implícito es postulado simplemente como requisito para una tensión que el lector verdadero produce al momento en que ejecuta su rol, y justamente esta tensión se da en la diferencia que existe entre la interpretación que hace éste con la pretendida por el autor. Parece ser que la figura del lector implícito es la voz que emite el autor para que el sentido que plasma en el texto literario pueda ser entendido como tal y no sea modificado demasiado por el receptor, así el autor nos va guiando en la lectura por medio del lector implícito. Por esta razón, el lector implícito es entendido como un concepto de reconstrucción por su labor de delimitar el panorama de posibilidades de interpretación según las referencias del lector verdadero. A este respecto, a través del lector implícito habla la voz del autor y se establece la co-autoría de la obra literaria con el lector; no cabe duda, nos dice Iser, que “la lectura más exitosa, es aquella en la que los individuos creados, el autor y el lector, pueden alcanzar un acuerdo total”.[14] 

[1] Eco, Umberto. El lector modelo. Lector in fabula, Barcelona, Lumen, 1987. Pág. 1.

[2] Wolfgang Iser (2001). “El acto de la lectura: consideraciones previas sobre una teoría del efecto estético”. En busca del texto. Teoría de la recepción literaria. Dietrich Rall comp., UNAM, México. Pág. 122.

[3] Wolfgang Iser (2001). “La estructura apelativa de los textos”, En busca del texto. Teoría de la recepción literaria, Dietrich Rall comp., UNAM, México. Pág. 101.

[4] Ibídem. Pág. 103-104.

[5] Ibídem. Pág. 113.

[6] Ibídem. Pág. 119.

[7] Wolfgang Iser (2001). “El acto de la lectura: consideraciones previas sobre una teoría del efecto estético”, En busca del texto. Teoría de la recepción literaria. Dietrich Rall comp., UNAM, México. Pág. 122.

[8] Ibídem. Págs. 122-123.

[9] Ibídem. Pág. 125.

[10] Ibídem. Págs. 131-132.

[11] Ibídem. Págs. 134-136.

[12] Ibídem. Pág. 139.

[13] Ibídem. Pág. 140-141.

[14] Ibídem. Pág. 141.

Bibliografía

Wolfgang Iser (2001). “La estructura apelativa de los textos”, En busca del texto. Teoría de la recepción literaria, Dietrich Rall comp., UNAM, México, pp. 99- 119.

Wolfgang Iser (2001). “El acto de la lectura: consideraciones previas sobre una teoría del efecto estético”, En busca del texto. Teoría de la recepción literaria, Dietrich Rall comp., UNAM, México, pp. 121-143.

Wolfgang Iser (2001). “A la luz crítica”, En busca del texto. Teoría de la recepción literaria, Dietrich Rall comp., UNAM, México, pp. 145- 160.

Eco, Umberto. El lector modelo. Lector in fabula, Barcelona, Lumen, 1987. Pág. 1.

 

 

 

Fanatismo y paganismo, dos modos de crisis religiosa presentes en los cuentos de Juan Rulfo: Talpa y Anacleto Morones.

Las obras de Rulfo: El Llano en Llamas (1953) y Pedro Páramo (1955) aunque están enmarcadas dentro de la narrativa de la Revolución Mexicana y algunos analistas afirman que el escritor jalisciense cierra con Pedro Páramo la novela revolucionaria, sus relatos no se centran en el desarrollo de la proeza revolucionaria sino que profundiza en la interioridad de aquellos que sufren marginación y de exclusión social. Yvette Jiménez de Báez refiere justamente que Rulfo se detiene en los símbolos del sentido de la acción revolucionaria como la familia rota, la casa en llamas, la tierra desolada y sedienta, la culpa caínica y el éxodo que implica, la muerte como una fuerza ciega, etc. Más que nada, el autor pretende objetivar los principales gestores de esa esfera, de los hombres y de su sistema de interrelaciones.[1] Para poder enfocarse en dicho sentimiento enfatiza gramaticalmente en el sustantivo y elimina la retórica, a tal grado que no encontramos en sus textos una denuncia social explícita. No obstante, el ambiente y las imágenes expuestas nos llevan a reflexionar sobre la situación del poder, la miseria, la violencia y la soledad que sufre el país.

Las lecturas temáticas que se han interpretado en los relatos de Rulfo representan la realidad de México durante el periodo post-revolucionario cuyos efectos se siguen prolongando hasta nuestros días. José Carlos González Boixo en su artículo Lectura temática de la obra de Juan Rulfo resalta los siguientes tópicos: 1) la miseria de la tierra, donde la tierra es el telón de fondo y el centro en torno al cual gira la vida de los personajes; 2) el mundo post-revolucionario y la crítica social, aquí crea una literatura vinculada con la realidad concreta haciendo una denuncia del momento histórico, por ejemplo la Revolución Mexicana y la Guerra Cristera; 3) la conciencia de pecado, visualizando que el pecado es clave interpretativa y por su causa se concibe un mundo sin posibilidad de transformación; 4) La religión, además de mostrar su ineficiencia ante los feligreses se muestra en los personajes una profunda crisis religiosa tornándose a un carácter supersticioso y primitivo; y 5) la incomunicabilidad y la soledad, la estructura narrativa a modo de monólogos hace ver a los personajes solitarios, incomunicados pero sobretodo con un sentimiento de orfandad.

Los cuentos de Talpa[2] y Anacleto Morones, en los que centraremos el análisis, se inscriben principalmente dentro de la temática de la religión, aunque se pueden incluir también la conciencia de pecado y la crítica social por su constante referencia a la transgresión de leyes morales y al sentimiento de culpabilidad. Los personajes se caracterizan por vivir inmersos en una creencia popular cristiana trastocada por la idiosincrasia, por esta razón su fe ha sido quebrantada por la superstición y la milagrería. En la obra de Rulfo, comenta González Boixo, encontramos dos sentidos de la religión: la institución material vinculada a la iglesia y el sentimiento del hombre que busca su trascendencia, que frecuentemente coinciden.[3] Ciertamente, cuando el abandono, la indiferencia, el despojo y la violencia se adueñan de la atmósfera que circunda al mundo de los hombres y a raíz de esto se encuentran viviendo en una situación límite, la religión deviene “superchería”(…) y los muertos determinan la vida: “coloquios de muertos, aconsejando no deponer el oído. (Pedro Páramo).[4]

La trama que se desarrolla en Talpa, gracias a que las imágenes que plasma Rulfo están muy cargadas de aspectos humanos, revela que la fe deja de tener un verdadero sustento religioso rayando en un necio fanatismo y en una obstinada superstición al punto de que el hombre pierde su dignidad y se conduzca así hasta las últimas consecuencias. Tal es el caso de Tanilo Santos quien a pesar de su enfermedad emprende, con su esposa Natalia y su hermano, una peregrinación para visitar a la Virgen de Talpa porque solamente ella le podía hacer el milagro de curarlo.

Desde entonces me acuerdo muy bien que nos dijo cuánto miedo sentía de no tener ya remedio. Para eso quería ir a ver a la Virgen de Talpa; para que Ella con su mirada le curara sus llagas. Aunque sabía que Talpa estaba lejos y que tendríamos que caminar mucho debajo del sol de los días y del frío de las noches de marzo, así y todo quería ir. La Virgencita le daría el remedio para aliviarse de aquellas cosas que nunca se secan. Ella sabía hacer eso: lavar las cosas, poner todo nuevo de nueva cuenta como un campo recién llovido. Ya allí, frente a Ella, se acabarían sus males, nada le dolería ni le volvería a doler más. Eso pensaba él.[5]

La narración en primera persona que realiza el hermano de Tanilo a manera de monólogo, hace una retrospección de los sucesos de la peregrinación durante el llanto desgarrador de Natalia sobre los brazos de su madre, donde podemos identificar que se trata claramente de una confesión en la que admite que él y Natalia mataron a su hermano Tanilo. En esta confesión del narrador y el llanto de su cuñada revela un arrepentimiento, por lo tanto en los personajes existe una conciencia de pecado y consecuentemente un sentimiento de culpabilidad que no los dejará en paz por el remordimiento. Esta interminable intranquilidad muestra la condición caínica que pesa sobre el hombre condenado a vagar y ser indefinidamente un errante por la maldición que ha caído en él al atentar contra su hermano.

[…] Y yo comienzo a sentir como si no hubiéramos llegado a ninguna parte, que estamos aquí de paso, para descansar, y que luego seguiremos caminando. No sé para dónde; pero tendremos que seguir, porque aquí estamos muy cerca del remordimiento y del recuerdo de Tanilo. [6]

Sin duda, nos enfrentamos ante la forma en cómo la sociedad mexicana vive la religión cristiana y si surge el fanatismo es simplemente por ignorancia como el mismo Rulfo lo señaló en una de sus entrevistas. Pero, además de hacer evidente la falta de cultura en la actitud fanática del individuo, pone al descubierto que la conciencia de pecado arrastra la fragilidad humana a un estado de miseria y esclavitud. Considerando la condición fatalista y sin esperanza que visualizamos en la obra de Rulfo, Ivette Jiménez de Baez interpreta que cuando colapsa el modelo patriarcal en que viven los personajes, a pesar de padecer el sufrimiento de la caída existen elementos de reconstrucción (la mujer, la madre, los hijos, la luna, la tierra y la lluvia) que pueden ser indicadores de una transformación. El relato al que hacemos alusión, aún en su trágica trama, hallamos en la actitud consoladora de la madre de Natalia ese aspecto restaurador al confortar el alma afligida y desolada de su hija.

Natalia se metió entre los brazos de su madre y lloró largamente allí con un llanto quedito. Era un llanto aguantado por muchos días, guardando hasta ahora que regresamos a Zenzontla y vio a su madre y comenzó a sentirse con ganas de consuelo. [7]

Talpa es uno de los cuentos de El Llano en llamas que aborda el sufrimiento del hombre y la lucha de éste con el ambiente hostil,  Rulfo los presenta de manera trágica, además las imágenes que reflejan estos aspectos incitan a la reflexión del existir humano. En el caso de Anacleto Morones también se desarrollan los mismos temas que en Talpa pero por la narración llevada a cabo por Lucas Lucatero cobra un sentido burlesco y cómico. Incluso los nombres de los personajes: Anacleto Morones y Lucas Lucatero, nos dice Yvette Jiménez, son propios de una farsa que señala que la cadencia del hombre ha llegado degradantemente a lo grotesco. A este respecto, el texto satiriza la vida sexual del personaje al que apunta el nombre del cuento junto con sus supuestas prácticas religiosas con las que mercantiliza. Probablemente Rulfo haya tenido presente a Anacleto González Flores, uno de los ideólogos importantes del movimiento cristero en Jalisco, y Luis Morones, quien intentó instaurar una iglesia mexicana separada de Roma. En cambio, Lucas Lucatero simboliza a Lucas Llamas, el asistente de Gabino para terminar con el caserío indígena en El resplandor de Mauricio Magdaleno. [8]

En las obras de Rulfo todos los personajes están ubicados en ambientes poseedores de una gran carga semántica respecto al referente de la realidad, su afición por la fotografía lo conduce a plasmar imágenes que reflejan los sentimiento más profundo conjugados con el entorno natural. González Boixo comprende que “[…] en Pedro Páramo se nos revela una imagen que a veces se tiñen del verde de la esperanza, que casi siempre adopta una tonalidad sepia, reflejo de un mundo detenido para siempre. [9] En Anacleto Morones se muestra una transformación burlesca de la figura de la mujer en luto, de índole enigmática y compleja en su interior que es plasmada en toda la narrativa de la Revolución, representando el mundo hermético de los pueblos. Lucas Lucatero, quien inicia con la narración de la historia llama de manera despectiva a las mujeres que van en procesión a buscarlo, vestidas de negro, sudando y entre rezos, diciéndoles:

¡Viejas, hijas del demonio! […] ¡Viejas indinas! […] ¡Esas viejas! ¡Viejas y feas como pasmadas de burro! […] ¡Viejas carambas! Ni una siquiera pasadera. Todas caídas por los cincuenta. Marchitas como floripondios engarruñados y secos. Ni de donde escoger. [10]

Todos estos adjetivos con los que describe Lucas Lucatero a las mujeres aluden a una caída de la gracia por la situación de pecado en que se encuentran, pues su vida ha girado en torno al placer y a la concupiscencia, gracias a los consejos que han recibido de Anacleto Morones a quien pretenden canonizar por la fama que alcanzó “haciendo milagros”. Enfatizar varias ocasiones en lo negro de los vestidos, sucios y puercos de tierra y al sudor remiten a pensar en la mancha que queda en el alma por haber pecado, manifestándose de algún modo también en el cuerpo.  El grito ¡Viejas de los mil judas! aunque sea una simple expresión coloquial, el nombre de Judas no deja de señalar una traición y en este sentido ellas han traicionado la religión y la verdadera fe por prácticas pagadas, siendo influenciadas por un adulador embustero. Sin embargo, el pecado no solamente se manifiesta en un retrato de miseria externa, sino que los personajes tienen una noción de pecado que los provoca, los incita a actuar, que se echa encima para hacerlos caer y luego tener la necesidad de la confesión por el remordimiento.

– No sigas diciendo cosas, Lucas. Ayer me confesé y tú me estás despertando malos pensamientos y me estás echando el pecado encima.[11]

La confesión, considerado un acto de contrición y de fe, aparece en Natalia y su cuñado (Talpa) como una expresión de sincero arrepentimiento por haber matado a Tanilo, al grado de sentir que por el remordimiento no llegarán a ninguna parte, convirtiéndose en errantes como ánimas en pena. Más, en Anacleto Morones este sacramento pierde toda credibilidad al tornarse una simple práctica de hipocresía para guardar apariencias ante la sociedad, en el caso de las mujeres enlutadas, o como una vía de escape ante la opresión revolucionaria como ocurre con Lucas Lucatero. Su confesión  no muestra un verdadero arrepentimiento ni trastoca lo más hondo de su alma, por esta razón  no se percibe genuina ni mucho menos veraz.

– Te confiesas primero y todo queda arreglado. ¿Desde cuándo no te confiesas?

– ¡Uh!, desde hace como quince años. Desde que me iban a fusilar los cristeros. Me pusieron una carabina en la espalda y me hincaron delante del cura y dije ahí hasta lo que no había hecho. Entonces me confesé hasta por adelantado.[12]

En este relato a diferencia de Talpa, Rulfo, de forma satírica pone la confesión  no como un acto de voluntad y fe, sino un acto hecho por amenaza, para evitar prejuicios y para relacionarlo con la idea de pecado que tienen los personajes. Esta noción nos pone a pensar que la escena de la procesión de mujeres vestidas de negros, sucios de tierra, con las caras escurriendo en sudor y con el destilar del calor de sus cuerpos tiene una relación o podríamos relacionarla con la séptima terraza del Purgatorio de La Comedia de Dante, donde yacen las almas que pecaron de lujuria. Este lugar tiene una pared de llamas por la que deben pasar a través de ella y las ánimas se ejecutan atravesándolas arrepintiéndose de su deseo sexual mal dirigido. Confrontar la primera escena del cuento con la terraza de la lujuria se debe a que las mujeres, que buscan canonizar a Anacleto Morones, han llevado su vida satisfaciendo sus deseos carnales y son testigos de la promiscua sexualidad de quien ellas llaman Santo.

¡Viejas, hijas del demonio! Las vi venir a todas juntas, en procesión. Vestidas de negro, sudando como mulas bajo el mero rayo del sol. Las vi desde lejos como si fuera una recua levantando polvo. Su cara ya ceniza de polvo. Negras todas ellas. Venían por el camino de Amula, cantando entre rezos, entre el calor, con sus negros escapularios grandotes y renegridos, sobre los que caía en goterones el sudor de su cara. .[13]

Vinculado al pecado de lujuria, según la concepción cristiana de pecado, el incesto y la triada familiar son sucesos recurrentes en la obra de Rulfo, los encontramos en los relatos de En la madrugada, Talpa, Macario y Anacleto Morones. De acuerdo con Yvette Jiménez de Báez, en este último se instaura una triada familiar demoniaca en el que Lucas Lucatero accede a ser el padre putativo del hijo que engendró Anacleto Morones en su propia hija y mantiene con él una relación filial siendo su ayudante y discípulo. La mezcla de relaciones por el incesto que visualizamos particularmente en este cuento, se interpreta que Rulfo pretende hacer una parodia de la sagrada familia en donde Anacleto Morones siendo el padre, así como Dios, engendra a su hijo en el seno de su hija (virgen María) quien olía a santidad, así la refieren las mujeres, y Lucas Lucatero la acepta ya embarazada para hacerse cargo del hijo, al igual que José toma a María.

– Tú fuiste casi su hijo. Heredaste el fruto de su santidad. En ti puso él sus ojos para perpetuarse. Te dio a su hija.

– Sí, pero me la dio ya perpetuada.

– Así fue, me la dio cargada como de cuatro meses cuando menos.

– Pero olía a santidad. .[14]

La ferviente simpatía que tienen las mujeres hacia Anacleto Morones, por sus supuestos milagros, se aprecia como un culto pagano porque constantemente se refieren a él llamándolo Niño Anacleto o Santo Niño, relacionando un tanto a este personaje con la vida de Jesús, quien también adquiere fama por sus milagros y su misión predicadora. Sin embargo, no solamente este aspecto guarda relación con esta figura fundante del cristianismo, sino que podemos identificar algunas muy evidentes, pero en un sentido invertido o mejor dicho degenerado, por ejemplo:

  1. Jesucristo pedía que dejaran acercar a los niños a él porque el Reino de los Cielos es de los que se asemejan a los niños (Mateo, 4:23), en cambio Anacleto Morones pedía que una doncella velara su sueño para rodearse de inocencia y no manchar su alma por el pecado.

 

  1. Durante el tiempo que duró Jesús como predicador además de ir acompañado de sus discípulos, iba acompañado por hombres y mujeres “pecadores”; ante esto se entiende que las diez mujeres que quieren canonizar a Anacleto Morones eran seguidoras de él durante su vida como milagrero (en esta relación no hay inversión o degeneración).

 

  1. La principal enseñanza que Jesús daba a sus discípulos y seguidores era amar al prójimo como a nosotros mismos, en sí todas sus predicaciones fomentaban el amor hacia los semejantes; en cambio Anacleto Morones “[…] El sí que sabía hacer el amor”[15], esto lo dice Pancha después de haber pasado la noche con Lucas Lucatero.

 

  1. Jesucristo es juzgado ante Poncio Pilatos y condenado a morir en la cruz por sus predicaciones y por autonombrarse Rey de los judíos, posteriormente al tercer día resucita de entre los muertos para ascender en cuerpo y alma al Cielo. Anacleto Morones también es tomado por la justica y encarcelado, parece ser por fraude y charlatanería, que después se fuga para morir asesino en manos de Lucas Lucatero enterrándolo en el corral de su casa y encimándole a la sepultura piedras del río para que no se escapara de ahí, porque podría usar cualquier treta para salir; sin duda pensando en la resurrección como una posibilidad de escapar de la tumba.

 

<< ¡Que descanses en paz, Anacleto Morones! >>, dije cuando lo enterré, y a cada vuelta que yo daba al río acarreando piedras para echárselas encima: “No te saldrás de aquí aunque uses de todas tus tretas.”

[…]

[…] Con lo mañoso que era, no dudaba que encontrara el modo de revivir y salirse de allí. .[16]

 

  1. Sobre Pedro, la piedra, Jesús ha decidido edificar su iglesia y se levantará como un símbolo de la victoria ante la muerte, esta iglesia que somos los bautizados conformamos la religión cristiana; mientras que para Anacleto Morones, al que diez mujeres aspiran a canonizarlo, yace en una sepultura cubierta de piedras para que no pueda levantarse, y una de esas mujeres (ignorando que él se encuentra ahí enterrado) junto con Lucas Lucatero le enciman piedras hundiéndolo cada vez más. Ahora la piedra, que es símbolo de edificación, revierte su significado estableciendo un sentido de destrucción y derrumbe.

Yvette Jiménez de Báez expresa que Juan Rulfo, a través de su narrativa nos deja ver de forma evidente que cuando el mundo patriarcal ha caído, las interrelaciones personales expuestas niegan la solidaridad y la vida, y se encuentran en el odio, el rencor y la muerte, salvo que exista una figura transformadora. [17] La ausencia de comunicación deviene a una sensación de orfandad o incluso la misma incomunicación es resultado de la soledad y del abandono que viven los pueblos. El escritor jalisciense más que denunciar la ignorancia y la falta de educación de la población marginada, su principal objetivo es revelar que el núcleo fundamental de todas las problemáticas que se hacen presentes en la sociedad es precisamente el abandono y la orfandad, dado que la ausencia de un padre, un guía, un jefe o institución los conduce a moverse sin orientación cayendo en un acto de desesperación y “pecado”.

En Talpa, respecto a la denuncia del autor, el abandono es una constante en el cuento porque es la causa por la que Natalia y su cuñado mantienen una relación incestuosa  y esta los lleva a querer eliminar a Tanilo, además transforman su fe en mera superstición al creer que sólo la Virgen de Talpa haría el milagro de curar a Tanilo. Todo esto se debe a una inexistente orientación espiritual adecuada y a la lejanía de un especialista de salud. En Anacleto Morones, el abandono de los fieles por parte de la institución religiosa provoca que diez mujeres, especialmente, incorporen a sus prácticas cristianas cultos paganos, que por la idolatría a un hombre que dedicó su vida a mercantilizar con la creencia religiosa declarándose a sí mismo como milagroso, pretenden canonizarlo aunque su dignidad sea denigrada y continúen su vida en peregrinación, vagando sin rombo hasta lograr su objetivo. El sentimiento de abandono y orfandad dirigen la vida humana a una condición límite estancándolos en un mundo de miseria, soledad pero sobre todo de remordimiento e idolatría.

Los elementos, imágenes y aspectos que hemos identificado en extremo paródico en el cuento Anacleto Morones respecto al de Talpa y a la vida de Jesús, no deja de revelar el orden social prostituido ni de mostrar de forma evidente las comunicaciones y relaciones enajenantes que de ahí se derivan, incluyendo el fanatismo, la superstición y las creencias paganas que surgen por la pobreza cultural y espiritual.

[1] Jiménez de Baez, Yvette. Juan Rulfo, Del Páramo a la Esperanza. Una lectura crítica de su obra. Fondo de Cultura Económica, México, D.F., 1990. Págs. 71-72.

[2] Este cuento lo referiré en algunas ocasiones para hacer un contraste con Anacleto Morones que es el que desarrollaré más a ampliamente a lo largo del texto.

[3] González Boixo, José Carlos. Claves Narrativas de Juan Rulfo. Universidad de León, España, 1983. Pág. 53.

[4] Jiménez de Baez, Yvette. Op. cit., pp. 89.

[5] Rulfo, Juan. El Llano en llamas. Editorial RM, México, D.F., 2005. Págs. 50-51.

[6] Ibid., pp. 59.

[7] Ibid., pp. 49.

[8] Jiménez de Baez. Op. cit., pp. 91.

[9] González Boixo, José Carlos. Op. cit., pp. 65.

[10] Rulfo, Juan. Op. cit., pp. 153-154.

[11] Ibid., pp. 158.

[12] Ibid., pp. 161.

[13] Ibid., pp. 153.

[14] Ibid., pp. 164.

[15] Ibid., pp. 169.

[16] Idem.

[17] Jiménez de Báez, Yvette. Op. cit., pp. 80.

El amor como fenómeno

El noúmeno para Kant no puede ser reconocido por medio de la intuición sensible, sin embargo, Schopenhauer entiende que tenemos un modo de acceder al noúmeno, a la cosa en sí. “Nosotros mismos somos la cosa en sí”, pero puede ser conocido por medio de la intuición intelectual. El noúmeno es lo que el sujeto recrea en el acto de conocer pero lo que realmente sea ese noúmeno es un misterio, no podemos saberlo. Cuando conocemos qué es el noúmeno ya no es noúmeno, sino fenómeno, ya es algo consciente, conocido. (http://www.lasangredelleonverde.com/schopenhauer-el-mundo-como-voluntad-y-representacion/).

En este sentido, siguiendo a Schopenhauer, el amor como representación es una mera ilusión porque es algo que el individuo, desde su subjetividad, recrea como la realidad.

Para tener acceso al fenómeno nuestra conciencia ha salido de sí misma, se ha vuelto hacia él, en este sentido, hablando en términos fenomenológicos, “toda conciencia es conciencia de algo”, esto es que desde un plano psicoanalítico podríamos decir que: “Todo in-consciente es consciente de algo”. El inconsciente parece ser que ha captado algo, sólo falta ir hacia la cosa misma para hacerlo consciente. Por consiguiente el amor, para poder experimentarlo es necesario volverlo plenamente un fenómeno, despojarlo de ser una mera concepción abstracta y encarnarlo (en el ser amado), para que se vuelva fenómeno y poder ser consciente/ in-consciente de él. Pero ¿de qué es consciente el inconsciente? El inconsciente es consciente de la realidad misma que el individuo recrea, pero que se escapa de los límites de la conciencia.

Para Schopenhauer, lo que anteriormente la esencia del mundo había sido “El Bien”, “La Belleza”, “Dios”, “La Razón” etc. es decir, concepciones tranquilizadoras que presentaban la esencia de lo real como un orden bondadoso, Schopenhauer introduce en la ontología la idea de que la esencia de lo real es precisamente lo contrario: irracionalidad desmedida. (http://www.lasangredelleonverde.com/schopenhauer-el-mundo-como-voluntad-y-representacion/).

Por lo tanto, si pensamos al amor desde el plano nouménico, éste algo plenamente negativo porque es desordenado, irracional e ilógico. Por tal motivo, aquel que está enamorado ama sin razón ni lógica alguna.