Día Mundial del Teatro (27 de marzo 2020)  

El teatro es una de las artes en las que se representa la vida misma y además es una representación viva, porque los actores y espectadores están siempre en el presente, es decir, nos situamos en el aquí y en el ahora y su experiencia será única e irrepetible. Este viernes 27 de marzo del 2020 celebramos el Día Mundial del Teatro en medio de una pandemia, una incertidumbre global hacia dónde y cuándo parará esta emergencia sanitaria. Años anteriores esta celebración se hacia con eventos y presentaciones en teatros, plazuelas, calles o en cualquier espacio que la poética del cuerpo quisiera apropiarse. Hoy estos espacios se encuentran vacíos, sin espectadores, ni actores, bailarines, músicos, técnicos, directores, escenógrafos o todo aquel que sea partícipe, tanto directa como indirectamente, de las artes escénicas. Sin embargo, encontramos que, muchos de los que nos dedicamos a este arte, estamos buscando la manera de mostrar nuestro trabajo y continuar llegando a los espectadores, haciendo uso de plataformas online, redes sociales, programas de televisión o de cualquier medio masivo que se nos pueda facilitar dada la contingencia de salud.

Esto nos lleva a cuestionarnos lo siguiente ¿cuál es nuestro afán de hacer teatro? Hacer teatro no es ningún afán, contesto esta pregunta desde mi experiencia, es una necesidad elemental de la vida humana, somos seres creadores por naturaleza, la invención es nuestra arma ante la conciencia de sabernos finitos y vulnerables. Es un aliciente que encontramos ante este gran monstruo llamado Estado que hemos construido y que se sustenta en la privatización de bienes, en donde todo es propiedad privada o, mejor dicho, donde la mayoría de los bienes pertenecen a la clase alta. Mas, lo único que nos es propio desde que somos concebidos es nuestro cuerpo, un ente sensible que nos permite conocer, apropiarnos del mundo inteligiblemente y que, solo a través del arte lo apropiamos de manera tangible y lo hacemos nuestro, porque al darle voz a nuestro cuerpo creamos nuevos mundos, le damos vida a las cosas y nos dotamos de humanidad a nosotros mismos, porque dejamos al descubierto lo inefable y hacemos hablar aquellas voces que se quedan mudas o son calladas y oprimidas por la sociedad.

El teatro, así como todas las artes escénicas, poseen la virtud y la fuerza de hacer que las pasiones, por muy profundas que se encuentren en nosotros, sean capaces de exteriorizarse y sensibilizarnos ante los conflictos que como humanidad estamos resistiendo; si bien, no a partir de un ejercicio majestuoso de exaltación de los más profundos sentimientos, sí por el sencillo ejercicio catártico, que de modo indirecto pero instigador nos confronta ante nuestra vulnerabilidad y nuestra narcisa y egoísta forma de habitar el mundo. En definitiva, podemos afirmar que el teatro nos conduce de forma lúdico-práctica al autoconocimiento personal y por consiguiente al desarrollo psicológico y social. El teatro, sin duda, tiene esa nobleza, ser reflejo de la vida y dirigir a la humanidad a enfrentarse a sí misma.

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